Blog creado por Antonio Patiño y actualizado periódicamente con noticias de actualidad y con otros apartados interesantes de nuestro pueblo y sus costumbres

CUALQUIER TIEMPO PASADO...


CALLES DE ANTAÑO TRANSFORMADAS ACTUALMENTE

          En el mismo punto del mismo lugar de la calle Santa Ana, principios de los años 30.  En medio de la calle, dos adolescentes. A la izquierda, tocado con calzón corto y calzas típicas, un adulto ya  con bastantes años. A la derecha, tres jóvenes de poco más de los 20 años, disfrutan, sentados o en pie, tomando el sol y sintiéndose importantes de la fotografía de la que iban a ser protagonistas.

            ¡Quién iba a decir, a las gentes que entonces andaban por esa calle empedrada o, mejor dicho, llena de piedras, que poco años después, pasarían por un terrible suceso que dejaría huellas indelebles en las gentes, en las casas y en el entorno social!

        


        

        La misma calle de Santa Ana y en el mismo lugar de la foto superior. Año 2020. Año de pandemia de Sars Cov2 (Covid19). Ya las calles no están llenas de piedras. Ni siquiera asfaltadas. Están cubiertas con baldosines que simulan un adoquinado antiguo. Señalización de aparcamientos, arbolado y plantas en maceteros, con vehículos aparcados adecuadamente. Han pasado 90 años y se ha transformado todo: edificios, calzada, limpieza, orden e incluso la población es diferente aunque en este caso no aparezcan.

Una guerra de por medio, y una larga temporada controvertida, pero que, en cualquier caso, da lugar a esta transformación positiva.



ALEJANDRO  "EL GALLO"

Nosotros, los chiquillos, le llamábamos "el hermano Gallo". Lo de hermano era la costumbre del pueblo de antaño, quizás forzado por el protocolo entre los "hermanos" de las órdenes religiosas que hicieron de gran parte de La Mancha su lugar de poder, y dentro de las cuales (Orden de Santiago) se encontraba la villa de Miguel Esteban.
    Al menos por entonces, en los años 60, le veíamos como un hombre de pequeña estatura, rechoncho y de cara redondeada y amable. Casi siempre vestido de pantalón y chaqueta de pana lisa negra ya pasada por el uso. Tenía una taberna por la calle del Jardín. Era su casa. Pero además regentaba el bar que habían hecho  en la parte baja del quiosco del Parque Municipal. Era un quiosco pequeño que en sus primeros años de existencia, tenía buena acogida. Entre otras cosas, porque el hermano Gallo era buen cocinero y de agradable servicio en su bar; lo que le hacía acoger a la gente de buena gana.



Quiosco del Parque



      El quiosco tenía planta de dodecágono. Disponía de tres ventanas y una puerta dispuestas diametralmente en forma de cruz (al Norte, Sur, Este y Oeste. Por las ventanas se solían servir las mandas de los que acudían al citado quiosco, sobre todo cuando era mucha gente en días de fiesta (solía ser en verano).
    En invierno, permanecían cerradas las ventanas herméticamente y los consumidores utilizaban únicamente la puerta, por donde se accedía al bar. Entonces, un vaho con olor a humo, fritanga, cerveza y vino se apoderaba de nuestras pituitarias.

      Recuerdo de pequeño, que tras las clases de adultos que se impartían en la escuela por la noche, acudía de la mano de mi padre al quiosco. Entre el frío de la noche y el vapor humano del quiosco había una diferencia que al entrar parecía que te sumergías en un mundo aislado del exterior. Mi padre solía tomarse una cerveza y el hermano Gallo (Alejandro), casi sin esperar a que le preguntase nadie, sugería que yo podría tomarme un vasito de zarza (licor diluido en gaseosa, con sabor a cola). Y tengo el agradable recuerdo de que el aperitivo que me ponía casi siempre, era un platillo ovalado con "mero" en salsa que me sabía de maravilla.
     
     Posteriormente, el servicio de ese bar pasó a manos de otro paisano miguelete, pero ya no es el caso que quería  contar y que posiblemente, en otro apartado, cuente después.



LOS PREGONEROS


       Los pregoneros ya no existen en Miguel Esteban más que en las fiestas y en otros eventos. Son pregoneros eventuales oficiales de las fiestas. Además, ya no son funcionarios del Ayuntamiento. Son personajes de diversa índole social, caracterizados por tener  cierto predicamento, fama o asentamiento social en el entorno.
        Pero a los pregoneros a los que me voy a referir en este apartado, son aquellos que, vestidos con traje azul oficial, con gorra de plato y provistos de tambor difundían por el pueblo diversas informaciones, ya fueran oficiales o comerciales.
         En los tiempos que yo viví en mi infancia y adolescencia (años 50-60 del pasado siglo), existieron dos pregoneros: el hermano Ventura y el hermano Miguel.
           El hermano Ventura era una persona de baja estatura, pero proporcionado en su peso, elegante en el vestir y en el andar. La voz era lo que más le caracterizaba por su tonalidad, su moderación y la modulación de barítono. Normalmente, era el pregonero que difundía entre las esquinas principales del pueblo, las mercancías que se podían comprar en los pocos establecimientos de la villa: pescaderías y fruterías sobre todo. Comenzaba su pregón situándose en medio de la calle, en el cruce de calles importantes, con un redoble de tambor limpio, acompasado y terminando en tres golpes finales para que los oyentes pusieran atención. A continuación, seguía con el pregón propiamente dicho: "El que quiera compraaaaaaar, sardinas frescaaaaaaas, lo venden en la Q.......araaaaaa". Obvio el nombre de la vendedora, por no comprometer el apodo de la misma. Pero al decirlo, todo el mundo lo entendía  a la perfección. Se supone que la citada vendedora habría consentido que su apodo figurase en el pregón, porque era así como se la conocía en el pueblo. Ese era un ejemplo de pregón de mercancía. Normalmente el pregón se hacía por la tarde, ya al anochecer, cuando se suponía que la gente había regresado del trabajo a sus casas y disponían de tiempo para ir a comprar el suministro necesario para el día siguiente.





EL TAMBOR DEL PREGONERO
 

   Además de Ventura, estaba el hermano Miguel, otro de los pregoneros oficiales de la villa. Al contrario del hermano Ventura, tenía una altura mayor, era delgado, enjuto de cara, algo encorvado y la voz era quebrada y sin timbre claro. Se servía de un bastón para caminar aunque parecía que caminaba deprisa y no le era necesario el apoyo. El hermano Miguel era el que, casi siempre, pregonaba las disposiciones oficiales, fuesen municipales o provinciales, del Ayuntamiento, de la Diputación o bien el comienzo del cobro de impuestos.
       El hermano Miguel no llevaba tambor, lo cual dificultaba la puesta de atención de los viandantes.
Con la voz ronca, no se le oía a mucha distancia. La  laringe no le permitía hacer de su pregón algo melodioso. Pero sobre todo, cuando advertía de que se iba a comenzar a pagar los impuestos de la "Contribución", que eran los que, de forma estatal, se cobraban (equivalente al IBI actual) o comenzaba el período de pago de tasas municipales por las ventanas, rejas, bicicletas, u otros conceptos que ahora nos parecen irrisorios. Así pues, los pregones del hermano Miguel siempre les parecían más desagradables por las obligaciones que imponía la "Autoridad".
       De la misma forma, se colocaba en el cruce de calles, entre esquinas, y con la garrota en la mano, comenzaba: "De ordeeeeeen, del señor Alcaldeeeeee, se hace sabeeeeeer, a todos los vecinoooooos, que a partir de mañanaaaaa, se podrán pagar las tasas municipales de ventanaaaaas..."
       Como siempre pasaba, a los mayores que oían el pregón, les interesaba conocer exactamente qué días eran los que se ponían de plazo. Pero como no se le entendía muy bien por la voz, al finalizar el pregón, acudían a él personalmente, para preguntarle de nuevo. Con lo cual, el pregón lo tenía que repetir de nuevo a  cada vecino o grupo de vecinos que le pedían  personalmente que les dijese cuándo se deberían pagar las tasas  pregonadas. El hermano Miguel, con la voz ronca, casi quebrada, se esforzaba por resumir en pocas palabras lo que ya había dicho en la más alta voz posible dentro del bullicio normal de la calle.
      Desgraciadamente, estas dos  entrañables personas nos dejaron hace bastante tiempo, aunque sus voces de pregoneros dejaron de oírse mucho antes, por motivos de organización y de formas de comunicación de los comercianes y ayuntamiento.





LA HERMANA BÁRBARA Y LOS APAGONES DE LUZ



          Tras la guerra civil española de 1936 y después de una inmensa y profunda crisis a nivel nacional y a nivel mundial, España estuvo en una situación precaria en todos los sentidos. La crisis de 2008, de la que tanto se habla en la actualidad (2015) no es ni la sombra de la crisis que asoló el mundo y más profundamente nuestra patria. Teníamos carencias de todo tipo. No sólo en alimentación, sino también en servicios de transportes, electricidad, etc. En este sentido, los apagones eran muy frecuentes, pero sobre todo en las poblaciones pequeñas, que carecía de estructuras estables para mantener el alumbrado debidamente.
     Miguel Esteban no se salvaba de estas carencias. Aunque en alimentación podía sobrevivir dado que su base económica era la agricultura, lo que se dice en alumbrado, podríamos sufrir apagones tan frecuentes que ya se consideraban normales y se tenían en las casas candiles, palmatorias u otros sistemas menos sofisticados como era el resplandor que daba la gavilla de sarmientos en el fogón de la cocina. 






     ¿Y qué tiene que ver la hermana Bárbara? Pues esta mujer era la esposa del que tenía a su cargo el sistema de suministro de energía eléctrica al pueblo miguelete. En la casa donde vivían tenían el generador de fluido eléctrico que era una dínamo, movida por combustión de carbón. Aún existe en el pueblo la calle de la Luz. En esta calle, cercana a la parroquia, era donde estaba esta dínamo, controlada por esta familia. Bárbara y su marido eran los encargados de llevar la luz a los hogares del pueblo. De ahí el nombre de "calle de la Luz".
       Solía suceder que el marido se entretenía frecuentemente con los amigos en el bar, de los pocos que existían, para  descansar y charlar con los amigos. Pues cuando se pasaba del tiempo de estancia, la mujer, Bárbara, cortaba el suministro de fluido eléctrico al pueblo y todo se quedaba a oscuras. De esta forma, el sufrido marido sabía que le estaban reclamando la vuelta a casa.  Como sucedía frecuentemente, siendo por culpa de esta causa, o debido a que el viento había derribado algún poste del tendido, el caso es que la gente malintencionada, pensaba que la hermana Bárbara había actuado conscientemente para llamar la atención sobre su despistado esposo. Así que, la gente se acordaba de la hermana Bárbara como la causante en cualquier  caso de los apagones de luz en Miguel Esteban.



LA HERMANA CRUZ

           La hermana Cruz era, en mis tiempos de niño, una mujer especial. Físicamente era una mujer mayor, o al menos, así me parecía a mí. Hay que tener en cuenta que en aquellas épocas, tener 50 años, vestida de negro y sin los afeites que en el día de hoy se aplican las mujeres y los cuidados médicos, hacían que a esa edad, aparentaban mucha más edad que lo que puedan aparentar hoy. Era de estatura baja, rechoncha y posiblemente  pasada de peso. La cara plena de arrugas y el cabello entrecano hacían de esta mujer  mayor de la realidad de su edad cronológica. Era una mujer vecina mía. Vivía en la misma calle donde yo vivía y a pocas puertas de distancia de la casa de mis padres.
            Tenía  fama de sanar a la gente enferma que se le presentaba.  Así que frecuentemente, su casa estaba con alguna visita de enfermos, lisiados o enfermos de cualquier índole.
               Con estos presupuestos antedichos, yo caminaba un día de la mano de mi papá, volviendo a casa después de haber estado en la escuela. Como niño, venía andando y jugando con mis pasos. Venía por la acera, que tenía dibujadas bajo relieve una serie de líneas quebradas y yo intentaba poner los pìes sobre las diferentes líeas trazadas en el cemento de la acera. Cuando llegué a mi casa, notaba un dolor en las rodillas que me impedían no sólo andar, sino también estirar las piernas totalmente.  Tras  esperar unos días a ver si se me arreglaba el problema sin hacer nada, el dolor y la incapacidad de andar proseguía y ya me sentía mal por la falta de autonomía.
                En aquellos tiempos, el estado del bienestar que hoy tenemos no existía. No había posibilidad de ir al ambulatorio, al centro de salud o al hospital libremente y que te curasen médicos o enfermeros. Entre otras cosas, porque ni había hospitales cercanos y los que había eran pequeños, privados y que había que pagar la consulta con el consiguiente desembolso de los bolsillos de los padres que ya estaban bastante vacíos  debido a la crisis de posguerra.
                  Dicho esto, acudimos a que me viese la hermana Cruz que, decían, tenía "gracia"; es decir supuestamente poseía la gracia del Espíritu Santo que le permitía sanar a los enfermos.
                      Me llevó una tía mía. Una tía que supongo que fue la que le recomendó a mis padres fuese a verla. Mi tía

              Supongo que con el consejo de familiares cercanos, mis padres accedieron a que me llevasen a la hermana Cruz  para que me curase.